top of page

De la violencia atávica contra la naturaleza a una nueva ética ambiental para la paz en Colombia

Actualizado: 25 jul 2024

navegando el Rio Cauca
El Río Cauca, arteria fluvial vital de Colombia, también lleva las cicatrices del conflicto armado.

Han pasado dos años desde que la Comisión de la Verdad de Colombia dio un paso histórico al reconocer a la naturaleza como víctima del conflicto armado. Este reconocimiento, sin duda, fue un hito fundamental para visibilizar las múltiples formas en que la guerra ha impactado los ecosistemas colombianos, desde la deforestación masiva hasta la contaminación de ríos y la extinción de especies. En conmemoración de este aniversario, publicamos la siguiente columna de opinión.


Con frecuencia suele caracterizarse nuestra geografía con un sartal de adjetivaciones adversas; de difícil acceso, escarpada, agreste, accidentada, etc., un obstáculo para el asentamiento humano. Pero es justamente esta condición física del territorio la que nos brinda la diversidad de pisos térmicos y excepcionalidades como el sistema montañoso litoral más alto del mundo, que nos regala desde las playas de Palomino el horizonte de las cumbres nevadas de la Sierra. Esta variedad de regiones, además de incidir en los procesos de poblamiento y división administrativa, es la razón por la que Colombia sigue siendo unos de los países de mayor diversidad biológica y cultural del mundo.


Otro factor explicativo es la bifurcación de las cordilleras andinas que configuró territorios aislados y ecosistemas diversos. En medio de esta cadena montañosa corren dos descomunales ríos que atraviesan el país, el Cauca y el Magdalena −contrariando la lógica del mundo fluyen de sur a norte−, formando así los dos grandes valles interandinos donde hoy habitamos la mayoría de colombianos. Pese a lo cual, el país ha vivido de espaldas a ellos o diríase, a merced de ellos. Ignorando sus ciclos, hidrología, e innumerables beneficios y contribuciones a la construcción de esta nación. No siendo suficiente con esto, la guerra se ha ensañado con la naturaleza, especialmente con los ríos, además de ser el escenario de la confrontación armada ha sido la fuente misma de su financiación.


Por eso, uno de los aportes más valiosos de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, ha sido insistir en la concepción de la naturaleza como víctima del conflicto armado interno, y documentar algunos de esos impactos, no obstante, esta concepción es un punto de partida, que nos invita a repensar, en el marco de un Sistema Socioecológico, las distintas relaciones que como sociedad establecemos con la naturaleza.


Quizá uno de los casos más difundidos de violencia en, y contra la naturaleza en el marco del conflicto ha sido la práctica de arrojar cuerpos a los ríos. Sobre todo, en las dos grandes arterias del país; el Cauca y el Magdalena. El proyecto «Ríos de vida y muerte», fuente de los informes de la Comisión, muestra de qué manera se instrumentalizaron estos ecosistemas para conseguir que los cuerpos, arrastrados cientos de kilómetros, nunca fueran encontrados. Sin embargo, esta práctica no empezó con los paramilitares en el Magdalena medio, como lo relata W. Davis en «Magdalena. Historias de Colombia», el río ha sido históricamente escenario de violencias y venganzas.


Durante la guerra de independencia, cuando el general Hermógenes Maza avanzaba hacia Mompox, […] sus superiores le dieron instrucciones de que evitara el derramamiento de sangre. En su camino río abajo, el general tomó sesenta prisioneros en Gamarra. Siguiendo al pie de la letra las órdenes recibidas, los metió vivos en grandes bolsas de cuero, de tres en tres, y los arrojó al río [Magdalena] para que se ahogaran, lo que le permitió escribir a su comandante que la acción se había llevado a cabo sin verter una sola gota de sangre. (2021)


A pesar de que las connotaciones de cada uno de estos hechos son muy distintas, difieren en sus dimensiones y crueldad, pues el interés de los paramilitares de ocultar sus crímenes borrando la humanidad del otro, dio origen a un tipo de violencia muy precisa, que engendró, a partir de la desaparición forzada un sufrimiento incesante para miles de familias.


Lo que subyace a este modo de proceder es la concepción según la cual, el río es un cauce de tiempo que arrastra todo aquello de lo que es preciso desprenderse, el otro u otra y su palabra, pensamiento, reclamos de justicia y verdad. Así mismo, todo aquello que somos incapaces de asumir en esta inercia del consumo desmesurado; plásticos, textiles, químicos…diariamente más de treinta y dos millones de colombianos vierten sus desechos directamente al río Magdalena. Acá es preciso preguntarse si el agua, si ese elemento unificador del que depende la vida no es valorado en su dimensión integral ¿qué será valorado en la naturaleza?


Por eso, si como sociedad logramos superar la violencia política, que no es más que la transformación de la manera en la que resolvemos los conflictos sociales, tendremos una tarea mayor, superar la relación que históricamente hemos construido con la naturaleza, y ello implica, poner en cuestión la cultura y las tradiciones, transformar los patrones de consumo y transitar a un modelo económico que pase del extractivismo y la sobreexplotación de «recursos» a una nueva ética ambiental para la paz en Colombia.


Referencias


Ríos de vida y muerte. (23 de junio de 2024). El Magdalena o el cauce de la Guerra.


Hay futuro si hay verdad. Informe Final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la

Convivencia y la No Repetición. (2022) Sufrir la Guerra y Rehacer la Vida. Impactos,

afrontamientos y resistencias. Bogotá

Comments

Couldn’t Load Comments
It looks like there was a technical problem. Try reconnecting or refreshing the page.
bottom of page